10 noviembre 2011

El Estado del bienestar español , insostenible. Sí, claro

Una de las características más llamativas del Estado del bienestar español es su escasa financiación, lo cual explica su escaso desarrollo. Según los últimos datos disponibles de Eurostat, la agencia estadística de la Unión Europea, España tiene el gasto público social por habitante más bajo de la UE-15 (el grupo de países de semejante desarrollo económico al español). Un tanto semejante ocurre si se escoge otro indicador: el gasto público social como porcentaje del PIB. España tiene el porcentaje más bajo de la UE-15.

Como consecuencia de ello, los servicios públicos del Estado del bienestar (tales como sanidad, educación, servicios domiciliarios a las personas con dependencia, escuelas de infancia, servicios sociales, vivienda social, entre otros) están muy poco desarrollados. Sólo una persona adulta de cada diez trabaja en España en tales servicios. En Suecia, el país que tiene un Estado del bienestar más desarrollado, es una de cada cuatro. De nuevo, España es el país que tiene proporcionalmente menos personas trabajando en tales servicios públicos de toda la UE-15.

Estos datos señalan la falsedad del argumento sostenido por economistas y políticos conservadores y neoliberales de que el Estado del bienestar español está hipertrofiado, o que es más extenso de lo que el país puede permitirse (tal como acentuó recientemente Mariano Rajoy, candidato del PP a la presidencia del Gobierno).
En realidad, España se gasta en el Estado del bienestar mucho menos de lo que debería gastarse por su nivel de riqueza. España, cuyo PIB per cápita es ya el 94% del PIB per cápita promedio de la UE-15, se gasta en su Estado del bienes-
tar sólo el 74% de lo que se gasta el promedio de la UE-15. Si se gastara el mismo porcentaje, el Estado del bienestar español recibiría 66.000 millones de euros más de lo que se gasta ahora. Es una falsedad, por lo tanto, indicar que nos gastamos más en el Estado del bienestar de lo que podemos permitirnos. El país tiene recursos. Lo que ocurre es que el Estado no los recoge, y ello es resultado de que la mayoría de las rentas superiores no contribuyen al Estado en los mismos porcentajes que sus homólogos en la mayoría de países de la UE-15. Su contribución fiscal real (y no nominal) es mucho menor de la existente para estos grupos de renta en los países del centro y norte de Europa. El fraude fiscal es mucho menor en estos países que en España (y en los otros países del Sur de Europa, como Grecia, Portugal e Italia, que, no por casualidad, son los países de la eurozona que tienen mayores dificultades en pagar su deuda pública).

Tal fraude fiscal se concentra en los sectores más pudientes. Según los técnicos de la Agencia Tributaria del Estado español, el 71% del fraude fiscal lo realizan las grandes fortunas, las grandes empresas que facturan más de 150 millones de euros al año (que representan sólo el 0,12% de todas las empresas), y la banca, alcanzando la enorme cifra de 44.000 millones de euros al año, que, en caso de que se recogieran por el Estado y se gastaran en su Estado del bienes-
tar, reducirían dos tercios del déficit de gasto. No es pues que no nos podamos pagar el escasamente financiado Estado del bienestar, sino que el Estado no ha hecho lo que debería, es decir, enfrentarse con estos poderes fácticos y grupos sociales minoritarios para recoger lo que el país requiere.

A lo largo de nuestra historia, las opciones conservadoras y neoliberales han sido las más tolerantes con el fraude fiscal. El número de inspectores de Hacienda disminuyó durante la época de Gobierno dirigido por el Partido Popular, bajo la presidencia de José María Aznar, el cual había reconocido que “en España los ricos no pagan impuestos”. Pero ha sido también este partido el que ha bajado más los impuestos de estas rentas superiores, lo cual se acentuará todavía más en caso de que gobierne de nuevo. Los ingresos al Estado (central, autonómico y municipal), que son los más bajos de la UE-15 (sólo un 34% comprado con un 44% en el promedio de la UE-15, y un 54% en Suecia), bajarán todavía más, con la consiguiente reducción del gasto social.
Esto ocurrió ya en el periodo 1996-2004 en España, cuando la diferencia de gasto público social por habitante entre España y el promedio de la UE-15 aumentó un 17,2%. Fue durante el Gobierno socialista, aliado con otras fuerzas a su izquierda, IU, ICV-EA, ERC y BNG, en el periodo 2004-2008, que el gasto público social aumentó notablemente, reduciéndose el déficit público social con la UE-15 un 17,5%. Este déficit se vio aumentado de nuevo en el periodo 2008-2010, en gran parte resultado de los recortes a nivel central y autonómico. En realidad, tales recortes han sido más acentuados en Catalunya (gobernada por CiU) y Madrid (gobernada por el PP) que en las otras comunidades autónomas. En ambas comunidades la reducción del déficit se ha basado más en los recortes (llamados ajustes en las comunidades gobernadas por el PP) que en el aumento de los impuestos.

Cada uno de los recortes podría haberse evitado si los impuestos de las rentas superiores se hubieran aumentado sin afectar los impuestos de la mayoría de las clases populares. En lugar de recortar el gasto sanitario (6.000 millones de euros), podría haberse mantenido el impuesto de patrimonio (2.100 millones), evitado la reducción del de sucesiones (2.552 millones) y eliminado la rebaja de impuestos de las personas que ingresan más de 120.000 euros al año (2.500 millones). En lugar de recortar 600 millones en los servicios de dependencia, podría haberse anulado la bajada de Impuestos de Sociedades de las grandes empresas que facturan más de 150 millones de euros al año (5.300 millones), y así ítem por ítem. La mayoría de estos recortes fiscales se hicieron con la aprobación, además del partido gobernante, de los partidos conservadores y liberales (PP y CiU), partidos que ahora señalan que no hay recursos para financiar el Estado del bienestar.


01 noviembre 2011

La vida de los exejecutivos de Goldman Sachs

La lucha contra la crisis financiera europea entra hoy en una nueva fase con la llegada del italiano Mario Draghi a la presidencia del Banco Central Europeo (BCE). Los críticos dirán que es indistinguible de su predecesor, Jean-Claude Trichet, y muchos ortodoxos estarán de acuerdo. Pero Draghitiene una singularidad: entre enero de 2002 y diciembre de 2005, fue alto ejecutivo de Goldman Sachs, el gran banco de inversiones estadounidense que durante esos mismos años estaba ayudando a Grecia a ocultar su deuda a través de instrumentos financieros opacos, operación conocida como swap.

Con la llegada de Draghi al trono del BCE, ya son tres las palancas clave en la crisis de la eurozona que estarán ahora controladas por exdirectivos del polémico banco que entre 2001 y 2008 ayudó a maquillar las cuentas griegas: el BCE, la división del Fondo Monetario Internacional (FMI) para Europa y la Agencia griega de Deuda Pública.

Cuando los trucos de las cuentas griegas quedaron al descubierto, ya en 2009, prendió el incendio en la eurozona: fue el inicio formal de la crisis europea, que empezó en Atenas, siguió en Irlanda y Portugal e infectó tanto al conjunto de la UE que aún amenaza con llevarse por delante hasta la construcción europea misma.

Ahora serán algunos de los exdirectivos del banco que ayudó a provocar el incendio los que han recibido el encargo de apagarlo. Pero ninguno apunta hacia su exbanco. Su receta compartida es otra: extrema austeridad de las cuentas públicas.

Ya en 2009, el nuevo Ejecutivo griego del socialista Yorgos Papandreu, escandalizado por los trucos contables creados por Goldman Sachs que dijo descubrir (y que se emplearon también en los gobiernos socialistas de Costas Simitis), puso al frente de la Agencia de Deuda Pública griega a Petros Christodoulou. El experto financiero no sólo había trabajado en Goldman Sachs, sino que en 2006 era el responsable de Mercados y Banca Privada del Banco Nacional de Grecia, la entidad privada que a partir de ese año vehiculó el swap griego diseñado por Goldman Sachs, a través de una cuenta en Delaware (EEUU), un territorio considerado un paraíso fiscal.

En octubre de 2010, otro exejecutivo de Goldman Sachs aterrizó en un puesto clave para afrontar la crisis de la eurozona: la dirección para Europa del FMI, actor de primer orden en los planes de rescate y guardián de las medidas ortodoxas de austeridad. Se trata del portugués Antonio Borges, vicepresidente y managing director de Goldman Sachs Internacional (la unidad del banco con sede en Londres que dirigió los swaps griegos) entre 2000 y 2008, justo coincidiendo con el programa griego del banco.

Y hoy asciende a la cúspide del BCE, que la mayoría de analistas consideran el actor más importante para esta fase de la crisis, Mario Draghi, exvicepresidente de Goldman Sachs Internacional entre 2002 y 2005. En estos años, el banquero italiano no se limitó a ser alto directivo del banco: era también socio y, por tanto, integrante de su restringida élite.
Cuando Draghi presentó sus credenciales ante la Eurocámara, el pasado junio, se vio forzado a hablar de Goldman y aseguró que nada supo en su momento de los swaps griegos. Pero la polémica operación de su exbanco le sigue persiguiendo hasta ahora.

'Productos Frankenstein'

"Al menos, el nuevo presidente del BCE tendrá un mejor conocimiento que Trichet de los productos Frankenstein", ironiza por correo electrónico Marshall Auerback, economista de la Universidad de Missouri. "Poner a Draghi al frente del BCE es como tener a un zorro guardando el gallinero", explica a Público el prestigioso economista Simon Johnson, profesor del Massachusetts Institute of Technology (MIT).

Johnson añade, sin embargo, que hay que esperar porque, siguiendo con las metáforas que sugiere, cuando se pone "a un ladrón de vigilante", pueden suceder dos cosas: "A veces, ello evita nuevos robos", porque el nuevo vigilante conoce bien los métodos de los malhechores. Y otras veces, "simplemente hay más robos aún". "Ya veremos qué sucede", concluye.

Johnson no es ningún radical: llegó a ser economista jefe del FMI y quizá porque conoce bien el mundo económico ortodoxo ha sido capaz de escribir uno de los libros que con más solidez exponen la tesis de que hoy el poder está mucho más en manos de la gran banca que de los políticos. El libro se llama 13 bankers. The Wall Stret Takeover and the Next Financial Meltdown (Pantheon) [13 banqueros. La toma por parte de Wall Street y la próxima implosión financiera] y sus páginas describen muy bien el fenómeno de la "puerta giratoria". Es decir, los vasos comunicantes entre la esfera política y el poder económico, siempre dirigida por este último, que cuenta con piezas muy bien colocadas en los gobiernos y luego acoge generosamente a políticos clave cuando dejan el poder.

"En la UE también tenemos un Inside Job, sin duda; está clarísimo que no es exclusivo de EEUU", afirma Alejandro Inurrieta, profesor del Instituto de Estudios Bursátiles, en referencia a la exitosa película sobre la crisis financiera que desnuda algunos ejemplos de "puerta giratoria". Inurrieta (tampoco sospechoso de radical: ha sido director general en el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y concejal del PSOE en Madrid) considera que el ascenso de Draghi en el BCE y de otros exdirectivos de Goldman Sachs "no es en absoluto anecdótico". Y añade: "El problema es gravísimo porque algunos políticos deciden pensando que su destino final será el Goldman de turno".


Los ejemplos de "puerta giratoria" son abundantes y algunos de altísimo nivel. Como Robert Rubin: pasó de Goldman Sachs a la Secretaría del Tesoro con Bill Clinton desde donde logró la máxima liberalización del sector financieroy luego aterrizó en Citigroup. O Henry Paulson: también saltó desde la dirección de Goldman Sachs a la Secretaría del Tesoro de George W. Bush y desde este puesto fue clave en dejar quebrar el banco de inversiones Lehman Brothers, uno de los máximos rivales de Goldman.

Al frente de Goldman Sachs Internacional está Peter Shuterland, irlandés muy bien conectado con las instituciones comunitarias porque fue comisario de Competencia a finales de los años ochenta. Pero, además, en 2005 fichó a Mario Monti tras pasar diez años en el Ejecutivo comunitario, que nunca quiso fiscalizar las cuentas griegas cocinadas por el banco estadounidense. Monti fue primero comisario de Mercado Interno y luego de la Competencia.
Al año siguiente, en 2006, Goldman Sachs incorporó al economista jefe del BCE, Otmar Issing, tras una larga e influyente carrera en el Bundesbank y el BCE. Y antes del verano, el banco ha logrado otro fichaje importante: Huw Pill, economista de referencia del BCE.


"La UE conocía muy bien el fraude de las cuentas griegas preparado por Goldman y nunca quiso hacer nada", subraya Leonidas Vatikiotis, economista griego y asesor en Debtocracy, la versión griega de Inside Job que causa furor en internet.
Añade Vatikiotis: "Tenemos una prueba reciente de ello: la radical negativa del BCE, con el respaldo de la UE, a entregar a Bloomberg la información que reclama sobre cómo Grecia ocultó la deuda", concluye. La oposición del BCE a difundir estos documentos es total. Y la agencia incluso ha acudido a los tribunales para reclamarlos.

La "puerta giratoria" es un fenómeno común a todo el sector financiero y, sobre todo, a la gran banca de inversión. Pero Goldman Sachs se sitúa, con diferencia, en lo más alto del podio de ese imaginario de poder global en la sombra que los sectores ortodoxos suelen considerar meras "teorías conspirativas". El secretismo del banco alimenta el mito: también para este artículo ha declinado evaluar el ascenso de Draghi en el BCE y su pasado en la casa.

En 2011 se han editado dos libros de referencia sobre el banco, surgidos de ámbitos casi antagónicos pero con la misma conclusión explícita ya en el subtítulo que subraya el enorme poder oculto. De un lado, el periodista de Le Monde Marc Roche ha publicado El banco. Cómo Goldman Sachs dirige el mundo (Deusto) (ver entrevista en la página siguiente). Y del otro, el financiero William D. Cohan firma Money and Power. How Goldman Sachs Came to Rule the World (Allen Lane), que podría traducirse como Dinero y poder. Cómo Goldman Sachs llegó para dirigir el mundo.


La imagen ha ido reforzándose más aún si cabe en los últimos años porque el banco ha estado relacionado, directa o indirectamente, con las operaciones más polémicas desde que en 2007 estalló la crisis: entre otras, el swap griego; el macrorrescate de la aseguradora AIG (cuyo hundimiento muy probablemente le hubiera arrastrado), mientras se dejaba caer Lehman Brothers, archirrival de Goldman; el caso Galleon, el mayor escándalo de uso de información privilegiada en décadas que ahora tiene en el punto de mira a Rajat Gupta, exconsejero del banco; y, muy particularmente, Abacus, quizá el mayor escándalo en las hipotecas subprime, detonante del estallido de la crisis mundial.

El 'caso Abacus'

Abacus es el nombre que el banco dio al producto financiero construido con hipotecas subprime de muy mala calidad que supuestamente puso a disposición de uno de sus mejores clientes, el hedge fund de John Paulson, a mediados de 2007, poco antes de que pinchara la burbuja. A Paulson se le invitó supuestamente a apostar en contra del producto (es decir, ganaba si Abacus se hundía) mientras que los clientes que invertían de verdad en el engendro estaban abocados a la ruina.

Para evitar una investigación sobre el caso, Goldman aceptó pagar 550 millones de dólares en julio de 2010. Se estima que Paulson se embolsó alrededor de 1.000 millones de dólares en una única apuesta. Y uno de los mayores perjudicados fue el banco alemán IKB, que perdió más de 150 millones y quedó al borde de la quiebra.

Entre los miembros del consejo de IKB en aquel momento estaba, en representación del Ejecutivo alemán, el prometedor Jörg Asmussen, que tuvo que mover todos los hilos y más para lograr el apoyo de su Gobierno para inyectar 1.500 millones de dinero público al banco comatoso y evitar la quiebra.

Asmussen es precisamente el hombre elegido por Berlín para sustituir al dimitido Jürgen Stark en el reducido Comité Ejecutivo del BCE. Y su nuevo jefe será Mario Draghi, el antiguo peso pesado del banco que inventó el swap griego y creó Abacus.


30 octubre 2011

España habla,Finlandia hace.Así lucha contra la corrupción

Finlandia ha sido reconocida internacionalmente como la nación menos corrupta del planeta, una parte de ese logro recae en la estricta moralidad imperante en el país, a pesar de ello, y para facilitar la transparencia, también cuenta con un conjunto de principios enfocados a evitar el abuso de poder y que son insólitos en la cultura española. Esta es la manera con la que Finlandia lucha contra la corrupción:

PRIMERO: En Finlandia cualquier compra que realicen las Administraciones Públicas, desde un edificio hasta un bolígrafo, ha de estar ejecutada a precios de mercado e incluir, necesariamente, tres ofertas de proveedores distintos, para poder elegir la más baja. No es legal, admisible ni justificable el pago de 100 euros por un cartucho de impresora o de 1000 por una silla aunque las facturas sean correctas. Ejemplos ambos acaecidos en España y que la justicia no pudo castigar.

SEGUNDO: Principio de transparencia total de las Administraciones públicas. Cualquier decisión tomada por un funcionario público dentro del desempeño de su profesión (excepto las relacionadas con la seguridad) puede ser conocida por el resto de ciudadanos. Nadie puede negarse a satisfacer las necesidades de información no solo de los periodistas sino de los votantes. Debido a ello actuaciones contra esa norma (como ésta) son no solo contrarias a la ética sino ilegales.

TERCERO: Principio de transparencia total en las cuentas de los ciudadanos. Los fineses pueden saber cuales son los ingresos declarados de todos los residentes en el país, ya se trate de una persona que cobre el desempleo, del artista de mayor éxito de la nación o del CEO de Nokia.
El equivalente peninsular permitiría conocer las cuentas no solo empresariales sino personales de Emilio Botín, Arturo Pérez Reverte, Felipe González, José María Aznar, Adolfo Domínguez o cada uno de los vecinos de Madrid.

CUARTO: Ausencia de alcaldes: El gobierno de los municipios en Finlandia recae en "City managers", es decir, en funcionarios públicos con experiencia en la administración de entidades de esa índole. Así pues el ciudadano puede distinguir con claridad que la persona al mando es alguien supeditado a los votantes y que puede ser despedido o reemplazado por el Consejo municipal (el órgano elegido en las urnas y que ostenta la soberanía popular). Helsinki es la excepción a este modelo.

QUINTO: Ausencia de cargos de designación política: En Finlandia los secretarios de Estado son funcionarios de carrera que alcanzan el puesto superando pruebas objetivas en lugar de por designación partitocrática. En 2005 se realiza una remodelación del sistema para permitir a las organizaciones políticas el poder elegir a los Secretarios de Estado, aun así muchos de ellos siguen siendo en la actualidad trabajadores públicos ascendidos por méritos propios.

SEXTO: Estructura de poder colegiada: La corrupción se extiende con mayor facilidad cuando el poder se concentra solo en un individuo, es por ello que en Finlandia se promueve la toma de decisiones mediante el debate y el consenso. Al igual que el órgano político principal de las ciudades es la Asamblea popular (el alcalde solo es un trabajador público) el Consejo de ministros tiene mayor capacidad de poder que el Presidente de la República.

SÉPTIMO: Principio de acceso libre al poder. La posibilidad de convertirse en un miembro de alto rango de la administración y los ministerios fineses no recae en una élite intelectual formada en Instituciones de enseñanza concretas (como en Francia) tampoco en personas que puedan atraer la inversión de diferentes empresas para sufragar sus campañas (ejemplo de Estados Unidos) o en ciudadanos adscritos a organizaciones políticas que ascienden por los méritos internos dentro de su partido (caso español). En Finlandia los puestos son cubiertos por funcionarios públicos (siguiendo un baremo meritocrático) y cuya carrera está abierta a todos los fineses. El país evita, por tanto, tener que acudir a un modelo como el de España dónde los cargos de libre designación del gobierno (elegidos ideológicamente) reciben 200.488 euros anuales y se multiplican de manera oscura por todas las administraciones.


OCTAVO:  Principio de proporcionalidad en el castigo. La cuantía de las multas por violar las normas suele ser proporcional a los ingresos de los individuos y las empresas. En 2001 Anssi Vanjoki, alto ejecutivo de Nokia, fue considerado culpable de conducción temeraria por romper los límites de velocidad a los mandos de su Harley Davidson imponiéndosele por ello una multa por el equivalente a 104.000 dólares de la época.  Este principio de proporcionalidad en el castigo, junto a la marca social que lleva el estar envuelto en un caso de corrupción, actúa de forma extremadamente disuasoria ante posibles tentaciones para cruzar el límite de la legalidad.


23 octubre 2011

La élite social en el capitalismo

Una gran empresa está formada por tres tipos generales de invididuos. A saber, los trabajadores, los directivos y los propietarios. Los trabajadores son los que están en la base de la empresa, y reciben un sueldo establecido de antemano o, a lo sumo, dependiente del ciclo de operaciones productivas (como en el caso de las comisiones); los directivos son los que toman las decisiones y los que forman, en gran medida, los consejos de administración, y su cometido actual es hacer de puente entre las decisiones básicas que toman las empresas y los intereses de los propietarios; y los últimos, los propietarios, son en las empresas cotizadas los accionistas, y pueden ser individuos o entidades impersonales como los fondos de inversión colectiva.
El papel crucial reside, a efectos de lo que aquí quiero ilustrar, en los directivos. Son, en sentido estricto, los verdaderos mandamás de las empresas. Toman todas las decisiones importantes y son los responsables de moverse políticamente para influir, en beneficio de la empresa, en el entorno institucional. Decisiones tan básicas sobre cuánto se ha de invertir, dónde se ha de hacer, cuánto beneficio se distribuirá entre los accionistas, cuánto beneficio se quedará en el seno de la empresa y hasta cómo y cuándo se ha de reestructurar laboralmente una empresa son parte de sus funciones.

En el incipiente capitalismo del siglo XIX estas funciones estaban adosadas a la figura del propietario, quien adelantaba el capital necesario para invertir y se mantenía en el timón de la empresa por largo tiempo. A lo largo del desarrollo del capitalismo todo esto fue cambiando y hoy esa figura del capitalista activo ya es completamente residual, primando la división de poder descrita más arriba.

Uno podría pensar, si se mantiene en el marco de la teoría, que los individuos que forman esos consejos de administración son los mejores trabajadores de la empresa, aquellos que tienen mejores aptitudes y una excelente visión estratégica. La realidad, sin embargo, dista mucho de ser esa. Los consejos de administración son hoy formados por individuos con recursos, pero no de tipo cultural sino de algo que en teoría de la empresa llaman, en sentido amplio, capital relacional. Ese palabro hace referencia al “valor” que una persona cualquiera tiene por su capacidad para aportar a cualquier proyecto -empresarial- una determina cantidad y calidad de contactos políticos y empresariales.

Así, existe un mercado para la compra de este tipo de “directivos”. Y como son sujetos muy codiciados, el precio es alto. La procedencia de la mayoría de estas grandes estrellas es el mundo político. Ahí tenemos al ex presidente español Jose María Aznar siendo consejero de News Corporation, el entramado financiero de Murdoch y propietario de una lista casi sin fin de medios de comunicación, los ex ministros populares Rodrigo Rato, Abel Matutes o Isabel Tocino que lo son en el Banco Santander, el ex primer ministro británico Tony Blair que recaló en el gran banco JPMorgan, el ex presidente del PP catalán Joseph Piqué que está en Vueling, el también ex ministro popular Eduardo Zaplana que está en Telefónica, el ex presidente alemán Gerhard Schröder que está en la multinacional rusa GazProm, etc.
Además, estas grandes empresas son ya enormes conglomerados financieros u holdings, es decir, instituciones financieras creadas para detentar la propiedad de múltiples empresas distintas que operan en sectores muy distintos también. Es el caso paradigmático del grupo Carlyle, que es propietario de más de 900 empresas en sectores como la seguridad privada, la aviación, los medios de comunicación, la informática, la biotecnología, las empresas farmacéuticas, y un largo etcetera que puede consultarse libremente en su web. En este caso entre sus directivos y consejeros se encuentran ex presidentes de bancos centrales, de la SEC estadounidense, de instituciones de regulación financiera de todo el mundo, de instituciones como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, etc.

Pero no se podrían enumerar todas las pruebas empíricas aquí. En todo caso, baste saber que la última noticia de este tipo ha sido el fichaje de la esposa del recién nombrado viceprimer ministro británico Nick Clegg, por parte de Acciona. Un gran capital relacional adquirido para la empresa española, sobre todo si sus estrategias de inversión apuntan al Reino Unido.

El profesor Santos Castroviejo hizo un extraordinario trabajo de recopilación de información sobre los consejeros de administración de las empresa cotizadas en la bolsa española. Utilizando grafos pudo establecer gráficamente las redes sociales de las empresas españolas y es que, como es lógico en un mercado de este tipo, cualquier persona puede ser consejera de dos o más empresas al mismo tiempo. El gráfico siguiente es el ejemplo de Unión Fenosa.


Los puntos amarillos en el gráfico son los consejeros de Unión Fenosa en 2008, y los puntos verdes son otras empresas ajenas a Unión Fenosa pero de las cuales cada punto amarillo es también consejero. Es evidente que las relaciones son estrechas.
La conclusión del estudio fue aplastante. Había en 2008 “1400 personas –un 0.035% de la población- que controla decisivamente el recurso económico fundamental a nuestro juicio, las organizaciones esenciales de la economía, y una capitalización de 789.759 millones de euros, equivalente al 80.5% del PIB” de España.

Por eso es perfectamente conveniente hablar de élite social en el capitalismo. Son estas personas las que utilizan sus contactos en la administración pública, en otras empresas privadas, en empresas públicas, en las instituciones reguladoras, conformando un amplísimo lobby que, por otra parte, está muy bien pagado. El gráfico que acompaña está obtenido de un muy reciente estudio sobre las remuneraciones a los CEO (los altos ejecutivos), y no deja lugar a dudas.




Suelo decir que todo esto a mí me parece una versión sutil de la estructura social feudal, ya ni siquiera capitalista. Y es que toda esta historia tiene, cómo no, su otra cara de la moneda. Esta otra cara son los millones de trabajadores que se desloman trabajando a cambio de sueldos miserables, protegidos por la quimera del endeudamiento ad nauseam que opera únicamente en contextos de explosión financiera, y a cuyos hijos se les tranquiliza mediante largas promesas de buena remuneración en caso de obtener una excelente cualificación personal. Así tenemos un país lleno de estudiantes con incluso varias carreras y varios másteres, hablando idiomas y ganando, cuando tienen suerte de poder trabajar, menos de mil euros y bajo la amenaza permanente de despido a modo de espada de damocles. Un engaño que no puede durar indefinidamente.


Espíritu islandés

Inside Job, el documental sobre la crisis financiera internacional que ganó el Oscar en febrero, comienza con una postal de ensueño: Una pradera verde con casas bajas de techos a dos aguas al borde del mar y con montañas de fondo. De golpe unos subtítulos breves sitúan al espectador: “Islandia. Población: 320.000 personas. PBI: 13.000 millones de dólares. Pérdidas bancarias: 100.000 millones de dólares”. Es el relato sobre la debacle de un lugar que parecía tenerlo todo y en octubre de 2008 terminó en quiebra por la desregulación financiera y la avidez empresaria. La historia es conocida e incluso similar a la que vivió Argentina hace diez años, pero se le agregó un capítulo novedoso: el rechazo de la población, a través de dos plebiscitos, a hacerse cargo de la indemnización que reclaman Inglaterra y Holanda por la estafa que cometieron los banqueros islandeses contra ahorristas de esos países.

En 2003 este pequeño país del norte de Europa que estaba creciendo rápido de la mano de la industria pesquera, privatizó su sistema bancario y flexibilizó las regulaciones para estimular el desarrollo financiero. Ese incentivo se potenció con una política monetaria de metas de inflación, que se venía aplicando desde marzo de 2001, y que llevó a un paulatino incremento de la tasa de interés para tratar de contener los precios minoristas. Fue un cóctel explosivo que derivó rápidamente en una bicicleta financiera fogoneada por Landsbanki, Kaupbing, Glitnir, los tres grandes bancos privados del sistema.

Las entidades tomaban créditos interbancarios de corto plazo a tasas bajas en los países de la Eurozona y luego colocaban ese dinero a tasas altas y plazos más largos dentro de Islandia, orientados fundamentalmente a financiar el consumo. A partir de 2004 la banca privada incluso comenzó a desarrollar una potente expansión en el segmento de créditos hipotecarios (dominado hasta entonces por la entidad pública Housing Financing House), ofreciendo tipos de interés más bajos y plazos más largos. Además, las entidades desplegaron todos sus esfuerzos para atraer la atención de pequeños ahorristas extranjeros a través de cuentas en línea que, mediante la reducción de los costos de gestión, ofrecían tasas de interés atractivas. El caso emblemático es Icesave, una filial virtual de Landsbanki, que hizo furor entre británicos y holandeses.

El apalancamiento superó varias veces el activo de las entidades y el descalce entre los depósitos de corto plazo y los créditos de largo dejó al sistema cada vez más expuesto. El estallido de la crisis económica internacional en septiembre de 2008 marcó un final abrupto para la bicicleta financiera en el Wall Street del Artico y la burbuja estalló. En pocos días quedó claro que el sistema no podía responder a las demandas de los ahorristas que salieron a la calle con sus cacerolas. El gobierno islandés nacionalizó los bancos Landsbanki, Kaupbing y Glitnir para evitar su quiebra, pero no operó como un prestamista de última instancia para la totalidad de la deuda porque era varias veces superior al Producto Interno Bruto de la isla. Lo que hizo fue reconocerles el dinero a los ciudadanos locales y desentenderse del resto.

Londres reaccionó en defensa de los ahorristas británicos que habían depositado dinero en la filial virtual Icesave y le aplicó la ley antiterrorista para congelar sus fondos, pero eso no alcanzó a cubrir la deuda. Entonces, los británicos, junto con los holandeses, decidieron reintegrarles a sus ciudadanos el ciento por ciento de los depósitos y comenzaron luego a exigirle ese dinero a Islandia: 4000 millones de euros, un tercio del PIB islandés.
El 30 de diciembre de 2009 el Parlamento de Islandia aprobó una ley que preveía la devolución del dinero en un plazo de quince años y con una tasa del 5,5 por ciento anual, pero el presidente Olaffur Grimsson sorprendió el 5 de enero de 2010 cuando se negó a ratificar el acuerdo, tras recibir 60.000 firmas (el 25 por ciento del electorado) en contra de la ley y convocó a un referéndum para que fueran los propios ciudadanos los encargados de decidir.

Por entonces ya había trascendido que un grupo reducido de banqueros y políticos habían sido los principales beneficiados con la bicicleta financiera, acumulando fortunas. De hecho, los administradores de la liquidación del banco Glitnir presentaron una querella ante un tribunal de Nueva York contra Jon Asgeir Johannesson, ex accionista principal del banco, por “apropiación fraudulenta e ilegal de más de 2000 millones de dólares”. Sigurdur Einarsson, quien estuvo al frente del Kaupbing, también fue demandado, pues su paso por la entidad le dejó una inmensa fortuna, incluyendo una mansión de 12 millones de dólares en Chelsea, uno de los barrios más exclusivos de Londres. El listado de personas investigadas también incluyó a numerosos políticos que habían avalado la estafa, mientras se beneficiaban con créditos. Al conocer esta situación, la población se negó a socializar las pérdidas y el 6 de marzo de 2010 el “no” al acuerdo arrasó con un 93,1 por ciento de los votos.

A partir de entonces, se siguió negociando y el Parlamento cerró un nuevo acuerdo que contemplaba condiciones de pago más flexibles: 3 por ciento de interés anual en un plazo de 37 años. Sin embargo, Olaffur Grimsson se negó una vez más a convalidarlo y convocó a un nuevo plebiscito que se llevó adelante el pasado sábado 9 de abril. El resultado, una vez más, favoreció al “no” con cerca del 60 por ciento de los votos. “Hemos intentado llegar a una solución negociada. Tenemos la obligación de conseguir que nos devuelvan ese dinero y vamos a seguir persiguiendo ese objetivo”, respondió el número dos del Tesoro británico Danny Alexander, quien amenazó con llevar a Islandia a los tribunales internacionales. Es difícil saber cómo terminará el conflicto, pero la resistencia del pueblo islandés ya está haciendo historia.